miércoles, 14 de julio de 2010

Problemas de Libertad: El Nacionalismo

Partiendo de que la democracia, y el ser político –en el sentido griego- de izquierdas obliga a defender el derecho inalienable de los nacionalistas a ser nacionalistas y poder defender libre y democráticamente –por tanto, respetando los derechos humanos inalienables, también, de los no nacionalistas- sus ideas y sus conceptos ideológicos, ese mismo ser de izquierdas tiene la obligación ineludible de combatir tales conceptos nacionalistas, pues los mismos se oponen a toda idea de igualdad y fraternidad entre los seres humanos.

Abreviando sobre el concepto referente al que se han escrito y se siguen escribiendo bibliotecas enteras, en este caso concepto propio, mío, tan sólo mío, por supuesto:

Los problemas de la libertad son sólo construcciones sociales referentes a las cimentaciones ideológicas propias de cada época. Están inextricablemente unidos al pensamiento moderno y progresista -ese concepto tan denostado por los neoliberales y derechas varias actuales- de cada época. Uno de estos problemas, desde el siglo XVIII fundamentalmente, en la sociedad que nos ha tocado vivir es el nacionalismo.

El nacionalismo es el producto de los agravios -reales o no-, que sienten en común que se les han hecho seres que se identifican en comunidad como raza, nación y cultura, y desean un desagravio, además de un reconocimiento.

Los nacionalistas parten del sentimiento propio, muchas veces también impuesto –sin entrar quién impone qué- de su propia imperfección, de su insuficiencia y, por tanto, del ansia de superación. La culpa de tal imperfección, de dicha insuficiencia, la tiene siempre el otro, el que impide ser una nación independiente, libre, que les impide ser ellos mismos.

Para superar tal estado de imperfección y poder sobrepasarlo “en libertad”, inmersos ya en su propia esencia, lucharán, luchan por medios pacíficos o violentos. Hasta que los otros ya no “se sientan, no sean, no los sientan superiores los mismos nacionalistas” a su propia y escogida comunidad. Luchan y lucharán hasta que puedan comprobar que “el estado nacional propio es superior de facto” al del otro, superior a aquel que, siempre inferior, hasta entonces no les permitía ser libres obligándoles a sentirse inferiores.

Una cierta melancolía sobre una arcadia que nunca existió, crea distintas clases de monstruos en un tiempo, en un país. Es un legado al que llaman memoria, en lugar de deseo.

El juego de la inteligencia, bajo la luz de la construcción de una lengua propia, es delicado, desgarrado, tierno y furioso, cruel y placentero.

Una invocación al silencio, a la ausencia del recuerdo de los otros y, casi siempre, a la humillación del otro ahora o futuro vencido, es la pedagogía del nacionalista.

La estética del comportamiento mientras tal tarea se realiza, será la ética de nuestra herencia.

El nacionalismo, destruye o, al menos, deforma la realidad democrática que aspira aun mondo mejor y sin diferencias.

¿Sin diferencias? No, las diferencias culturales son esenciales para vivir en mundo en que, hoy por hoy, nos toca vivir. Pero esa es otra historia sobre la que, quizás, me atreva a opinar otro día, pues la desolación que invade el corazón de la vida y nos pide tornar a recorrer el salvaje Amazonas, a realizar nuevamente la travesía del Cabo de Hornos, a cruzar el Kalahari, buscar el Santo Grial, o retornar a la Arcadia, no nos impide luchar y soñar con la unidad de un mundo en el que, amando su totalidad, de la que forma parte esencial su diversidad, todos juntos deberíamos ser más felices.

lunes, 12 de julio de 2010

El corazón es tan poquita cosa

La cara más diáfana, en este túnel del tiempo, es la luz gris en los días grises.
Diversión y crimen por desacato a la mayoría murmuradora al atravesar con naturalidad el mundo real siendo el narrador oculto que se empeña en escribir con la mirada.
El corazón es tan poquita cosa como el púdico y paradigmático silencio que el ser humano puede decir contra la tribu.
Confusa y difícil lectura del crimen perfecto como renovación soñada, cuando el crimen sólo es la desmesura de una religión –la que sea, la de cada uno- que nos ata a la vida.
Esencia material, la vía de las formas, en la derrota más allá del método de creación como una ceremonia repetitiva de lúdica iniciación a un tiempo que va siendo al borrarse.