martes, 30 de marzo de 2010

Había una vez una verdad

3o de marzo de 2010

Había una vez una verdad. Por dentro la luz natural y el aire corrían a sus anchas entre el barro del oleaje y el perfume de los espejos. Cosas baratas e inútiles se mostraban cotidianamente en el mundo de sus sueños y cavernas. El cliente de la historia, un borracho tendiendo un puente sobre un charco, perseguía intrigado la pista sobre los orígenes leyendo una y otra vez el mismo texto, hasta la octava lengua. Tras la muerte de su madre, las nociones de pecado y culpa habían creado para él una mitología de lo imposible con su propia melodía. Demasiadas cosas en el infierno de la memoria. Un hombre individual y único –pensó- construye el antes y el después, el origen y el destino, su historia como pasado y como futuro. Levantó su rostro hacia el ángel. La sombra del grial creó una simetría de intensidad y belleza que se adaptaba al nuevo cielo. El infinito azar se ocultaba tras la palabra. La memoria de un tiempo de todas las víctimas le alcanzó como una avalancha. El eco de cuando el diablo se quedó con el alma de los hombres le trajo voces de un gran crimen muchas veces olvidado. Ver pasar la vida, dejar pasar la vida. Ahora era el tiempo de todas las víctimas. Con toda una guerra por delante, del incierto encuentro entre el hombre y el dios podría nacer el nuevo espíritu de la literatura y el mundo, la gran narrativa rebelde que se acercara con mirada infantil a la verdad última contra la mentira y la profanación del hombre y de la naturaleza por el hombre. La distancia le pedía paciencia y barajar.

En las orillas de las alturas, el temor al castigo divino era una guerra de payasos en un bar de bohemios mientras morían unos hombres a manos de otros hombres. Bailar dando la cálida mano a los jóvenes durmientes. ¡Despertad, despertad!, que ya amanece. No dejéis que se pierda la memoria del hombre.


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